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Carta a mi hijo... (o tu verdadero curriculum personal hijo)

Hola, Soy Gabby.
Gracias por visitar esta página. Sé perfectamente que tener una relación ganar-ganar con nuestros hijos
(especialmente los adolescentes) no es nada fácil.  
Más aún cuando somos padres con familias que aplican valores no forzosamente basados en principios y que se
enfrentan con ellos para que no se “salgan de la pista” es bien difícil.  Es por ello que elijo compartir contigo esta carta. Una carta que escribí para mi hijo hace ya 9 años. Hoy mi hijo L.O. (Luis Octavio) tiene ya 24 años.
Esperando que la tomes como base para hacerle una a tus hijos. Porque es real… Con amor, no alcanza.
Febrero 2018

Gabriela Torres de Moroso Bussetti

Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio

Octubre 26 del 2007.

Hijo:
Hoy me dijiste que ya tienes novia. Tu primera novia. Mariana. Me enseñaste su foto en tu I-phone. Una niña tan linda... Sé que ella dejará una huella indeleble en tu vida.

Me has avisado también que ya conoces a sus papás y que pasarás el día con ellos, que te invitan a Perisur, me has pedido algunos pesos para invitarle un helado y hace unos minutos apenas he recibido un mensajito que contesté de inmediato agradeciendo mucho el que me hayas avisado: "Ok, hijo. Pásala bien, te reamo y me siento profundamente orgullosa de ti. Recuérdalo y grax por avisar... mamá". Y me encanta ser testigo mudo de ésta transformación. Y reconozco me ha hecho sentir enormes deseos de sentarme a mi escritorio para escribirte esta primera carta para ti.

Reconozco que me siento en duelo. Como siempre digo a mis pacientes, duelo es toda pérdida. Y los duelos duelen. Me siento de duelo porque hoy me has confirmado que he perdido al niño que eras hasta hace unos meses...  y aunque es bien cierto que siempre desee tener 3 niñas,  y esperaba que al igual que tus hermanas tú también fueras niña... era porque no me imaginaba jugando a los dinosaurios en lugar de jugar a las muñecas.

Pero hoy reconozco también, que desde que llegaste al mundo y te vi por primera vez, ocupaste un lugar irreemplazable en mi corazón y en mi vida.

Y esta cartita que imprimiré tan pronto termine de escribirla, firmaré y pondré en tu almohada, es un poco para agradecerte todo eso. 

Es también un reconocimiento para ti, hijo. Mi hijo que ha crecido.

Si. Regularmente te escribo mensajitos al celular, te digo mientras te abrazo y te escribo al lado de una firma en tus exámenes cuán profundamente orgullosa me siento de ti, pero esta vez lo hago de una manera especial, porque todo este mensaje no habla más que del orgullo y del significado tan especial que le has dado a mi vida, Luis Octavio, esa luz especial -y distinta a la de tus hermanas- que eres tú en la vida de esta mujer que hoy te escribe y a la que la vida -afortunadamente para mí- eligió para ser tu mamá. En tus ojos Octavín, que se parecen tanto a los míos, me veo yo misma.

Octavio, eres el mejor regalo (junto con tus hermanas Kim y Kiry) que Dios pudo hacerme.  ¡No dejes nunca de darme esos abrazos no pedidos, divinos, impulsivos y toscos!

Debo reconocer que me hiciste un regalo enorme, al compartirme hoy, apenas me desperté en mi cama en la que has brincado tanto desde niño, que ya tienes novia.  Te vi feliz.  Lo expresaste con una chispa en tus ojos.

Te has convertido en un apuesto jovencito de 14 años audaz, pagador de precios, invencible, que por primera vez despliega sus alas grandes y fuertes ante mí. Con muchas ganas de volar.

Y yo... ¡me siento tan feliz y orgullosa de ti...!

Mi aguilucho abriendo sus alas, como el aguilucho del cuento "Las alas son para volar" que cuento en mi taller.

Creí que tener un hijo varón sería el mayor desafío de mi maternaje, y ahora pienso: ¿Te habré enseñado hasta aquí todo lo que debería? ¿Te habré enseñado a escuchar, a abrazar tanto como en una línea de abrazos vital y permanente? ¿Ya habrás aprendido a dar "paso a la izquierda" cuando el voto frente a tí es menor? ¿Sabrás distinguir "todos los cuadros posibles"?

 

¡Ups! Pero no te he hablado de mujeres. ¿Cómo te digo "Ten cuidado..." sin que parezca que estoy hablando como una mamá convencional y controladora? ¿Sabrá esa jovencita linda que eres uno de los tesoros más valiosos de toda mi vida?

Te observo. A tus 14 años, hace apenas 4 meses cumplidos. Tu cabello rubio que te niegas a recortar y que apoyo en que no recortes, -aunque en el colegio te hayan obligado a hacerlo- tus ojos castaños, enormes y profundos, tus largas pestañas y tu nariz... que cada día deja más de parecerse a la mía y se parece más a la de tu papá. 

Ah... y tus pantalones demasiado largos, arrugados y rotos abajo, que para todos son muy "cool", excepto para mí aunque respeto al 100% tu derecho a usarlos. Te observo silenciosa y orgullosa. Mi hijo que ha crecido.  ¿Y qué observo? ¡Mis ganancias!

Octavio

Bien, como siempre digo a mis pacientes, no hay pérdida sin ganancia.

¿Y cuál es la ganancia de esta mamá que te escribe y que empieza a sentir que debe empezar a caminar el camino que la llevara de mamá de tres niños a la de madre de  tres adultos?  ¿La que hoy se despide de ser mamá del último "pequeño" que le quedaba en casa?

La misma que la de una mamá águila adulta que ve a lo lejos el primer vuelo de su aguilucho.  Con alas fuertes, alas grandes, alas poderosas que lo llevarán a donde él desee si paga los precios y es responsable, eligiendo siempre de acuerdo a sus principios.  A sus valores de joven que ama. Que ama sana y plenamente.

Entre todas las ganancias que genera esta pérdida, incluyo mis recuerdos. Miles de fotos. Juegos, canciones cantadas mientras me ayudabas a tocar el piano, sentado sobre mis piernas, los cuentos, tus fiestas de cumpleaños, las películas de Disney y tus juguetes, que estarán siempre conmigo. Tus decenas de dinosaurios de todas las especies, tamaños y colores que como las muñecas de tus hermanas estarán siempre en alguna de nuestras casas.

 

¿Más de mis ganancias?  Tus sonrisas, tus confidencias, tus anhelos compartidos secretamente conmigo. Tus lágrimas… 

Muchas veces he dicho en mis talleres, que a pesar de ser tanatóloga, no trabajo con enfermos terminales porque no estoy preparada para irme de esta Tierra. Y aunque estoy consciente que esté preparada o no, esto puede ocurrir en cualquier momento, estoy consciente también que tu vida y la de tus hermanas cambiaría mucho sin mi presencia en sus vidas por los próximos 10 años.

Bueno...

No podría ayudarte a anudar el nudo de tu primera corbata el día que uses tu primer traje... en tu primer día de trabajo formal.

No podría aplaudirte fuerte y con lágrimas en los ojos (como las que ahora tengo)... al término de tu examen profesional.

No estaría para abrazarte fuerte  y bendecirte mientras me muerdo los labios... cuando me anuncies que te vas a otro país a estudiar tu primer postgrado.

Ni tampoco para bailar contigo una canción que elegiría especialmente (The wind beneath my wings)... el día de tu boda.

Y aunque sé que estaré siempre en tu corazón y en tu espíritu, al igual que en la bondad y la responsabilidad de cada una de tus acciones, no quiero quedarme sin ello.

No quiero quedarme al margen de ver cómo cada día aprendes más a ser un hombre amado, respetado por ti mismo, responsable y congruente.

Y no me quiero quedar sin todo el aprendizaje que obtendré de ti (¡una ganancia más!) durante ese proceso.

Pero si eso sucediera hijo, y yo no estuviera para ser testigo de tus elecciones de vida, y los caminos que elijas, me da una inmensa felicidad haber hecho contigo toda la primera parte de este viaje, el viaje de tu vida.

¡Vuela fuerte mientras yo soplo llenando lo más posible mis carrillos y con toda la fuerza de mis pulmones Luis Octavio!!!

Te amo con toda la fuerza de mi corazón...

Siempre...
Mamá

Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
Octavio
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Gabriela Torres de Moroso Bussetti, psicóloga
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