Para comenzar debo confesar algo: si hace diez años alguien me hubiese preguntado mi opinión sobre la terapia on-line yo habría tenido mis dudas respecto de que fuese posible llevarla adelante sin perder gran parte de lo que hace que una terapia funcione. La base para estas vacilaciones es que creo que el vínculo que se establece entre el terapeuta y el paciente es de primordial importancia para que el trabajo terapéutico pueda tener efecto y, en aquel momento, me parecía difícil llegar a establecer un vínculo de este tipo a través de la pantalla.
Evidentemente, he cambiado de opinión (de lo contrario no estaría escribiendo esto ni trabajando tanto en esta modalidad terapéutica).
¿Qué ha motivado este cambio? Creo que son dos cosas fundamentalmente.
En primer lugar, el avance de la tecnología ha conseguido que las interacciones en el espacio virtual simulen cada vez mejor las características de un encuentro cara a cara. Hasta no hace mucho la emocionalidad, por ejemplo, era un aspecto que quedaba por fuera de una interacción virtual. Las emociones se transmiten en mayor medida a través del cómo se dicen las cosas (el ritmo, el tono, la cadencia) que en función del qué se dice y, puesto que los medios de conexión impedían o alteraban en gran medida la transmisión de este cómo, la comunicación terminaba siendo textual… las cosas se entendían al pie de la letra. Alguien podía escribir o decir “estoy asustado” o usar un emoticono que transmitiera esa idea, pero el que estaba al otro lado de la comunicación no podía percibir el miedo del otro. Hoy en día dada la mayor velocidad y fidelidad de la comunicación virtual esto sí es posible y, en consecuencia, la terapia on-line comienza a poder incorporar y actuar sobre las emociones (algo que, a mi entender, es fundamental para un buen desarrollo de esta).
La otra razón para mi cambio de opinión tiene que ver con mi experiencia.
Sucedió que, a partir de un paciente mío que se mudó a Oxford, Inglaterra a estudiar un posgrado y a quien le sobrevino una depresión durante su estadía tuve la necesidad de empezar a verlo de la única forma posible: on line. Para sorpresa mía, funcionó perfecto.
Como este paciente mío era una persona de influencia entre la comunidad latina en el Reino Unido, pronto comencé a recibir inquietudes de personas que querían mantener una consulta conmigo desde ese país.
Accedí a algunas de estas peticiones, siempre aclarando en un principio que no se trataba de una “terapia” sino más bien de una consulta puntual. Esto porque siempre he sostenido que lo que “cura” en una terapia no es la terapia misma, sino el vínculo terapéutico o lo que es lo mismo, la relación con el terapeuta.
Sin embargo, en la medida que estas entrevistas se fueron desarrollando pude ir comprobando que mantenían la estructura de una sesión de forma similar a las que suelo hacer en mi consultorio, en el Centro VivirLibre.org.
No sólo esto, sino que, a menudo, también se comprobaban los efectos de estas, puesto que las personas con las que las había mantenido solían decirme que se habían quedado pensando en lo que habíamos conversado en nuestra video llamada o que su estado de ánimo se había modificado de algún modo. Es decir, había ocurrido algo.
También yo me quedaba la sensación de que aquello no había sido sólo un intercambio de palabras, sino que había comenzado a conformarse un vínculo. Extrañamente y contra lo que yo pensaba de antemano, sí parecía ser posible establecer lazos reales, aunque estuviesen mediados por un entorno virtual.
En función de estas dos cuestiones todo mi modo de pensar sobre lo virtual se modificó.
Hoy creo que es absolutamente posible desarrollar un vínculo terapéutico perfectamente sostenido sobre medios virtuales.
No sólo como de inicio de una relación, lo cual es más sencillo de aceptar, sino también de forma exclusiva. El hecho que algunas cuestiones de las relaciones cara a cara no estén presentes en una relación virtual no significa que estas sean menos verdaderas. Quizás yo pudiese resumir mi cambio de postura diciendo que he comprendido que existe diferencia entre virtual e irreal.
Los vínculos virtuales no son ficticios, no son meras invenciones de los involucrados. Puesto que pueden afectar y movilizar nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestras acciones, podemos decir que nos “tocan”: nos transforman. Y si es posible la transformación es posible la terapia. Y de ahí surgió el principio que hoy sustenta nuestro gimnasio emocional.
Seguramente iremos encontrando en el camino dificultades, obstáculos propios de todo rumbo un tanto inexplorado, pero al menos yo como la psicóloga que ejerce su profesión como la psicóloga que quisiera que sus hijos tuvieran, no dejaré de arriesgarme, de adentrarme y de valerme de todas las herramientas que me abran nuevas posibilidades de ayuda para las mujeres (y hombres) que lo necesiten.
Bienvenidos a este vínculo terapéutico virtual.
Gabriela Torres de Moroso Bussetti
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